Manual del perfecto ingeniero, de Sergio
Giuliodibari (Gogol, 2013). Por
Fernando Figueras.
Robert
Musil, Thomas Pynchon, Dostoyevski, Wittgenstein, Pushkin. Todos ingenieros. Y
Boris Vian. Y Sergio Giuliodibari, claro, autor de Manual del perfecto ingeniero, su primera novela, que llega después
de haber publicado cuatro libros de poesía.
Manual del perfecto ingeniero aborda varios
temas. Por un lado nos acerca al mundo de los ingenieros que, al parecer, es
tan disparatado como el de cualquier otro trabajador. Pero más allá de las
profesiones, el autor habla de lo que significa para nosotros el hecho de tener
que trabajar, lo que esto nos provoca, lo que sentimos frente a las
obligaciones laborales y todo lo que se desprende de su cumplimiento. El
trabajo no dignifica, más bien prostituye, se lee en el libro. Manual del perfecto ingeniero habla de amor,
también. De hecho, lo que aquí se cuenta es una historia de amor y se muestran
los vaivenes que éste sufre por culpa del trabajo o, más bien, por el eterno error
de hacer lo que creemos que el otro quiere que hagamos. El propio Giuliodibari
sugiere que su obra es una “versión distorsionada” de La espuma de los días, de Boris Vian (tal vez por eso me gusta
tanto el Manual…), aunque cabe decir
que no hay en él plagio ni nada que se le parezca. La historia se sostiene
por sí misma, más allá de la evidente influencia. Tincho y Magdalena están
enamorados y el muchacho comienza a trabajar para poder juntar dinero y casarse
con ella. Así, consigue el puesto de ingeniero de negación en la Compañía
Nacional de Recuperación de Basura. Tendrá que encargarse de abortar cualquier
proyecto de los otros ingenieros que trabajan en la empresa. Un Jefe, un
Gerente de Recursos Humanos, una Asistente, la Rusita, el Gordo, Cachito, Mandela,
el Maquinista y el propio autor serán los personajes que irán apareciendo en la
historia. Uno se lastimará el ojo izquierdo pero se tapará el derecho para
poder seguir viendo, ya que es zurdo. Otra no se casaría —¡jamás!— con alguien
que trabaje. Otro presenta las arrugas típicas de los trabajadores en relación
de dependencia. Todos nos harán reír, pensar y —sobre todo— harán crecer
nuestras ganas de renunciar al laburo y dedicarnos a hacer solo lo que nos
gusta y a estar con quienes deseamos estar.
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