La senda peatonal

Por Daniela Rondeau (*) | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Digital Snatch | #FiccionesEzeicenses


Ando en bici desde que aprendí a hacerlo. No me gusta depender de otros y la bici es libertad: de manejar el viento, la calle, las palabras. Una buena bici es primordial. Con frenos precisos, con ruedas fuertes, veloces y livianas, te lleva y avanza. Necesito que cada pedaleo me haga ir hacia adelante. Así me gusta y así es como, siendo mamá, sigo haciéndolo. Ahora que somos dos, nos divertimos más andando y ya no viajamos en cole.
Ezeiza es bici. Es nuestro barrio; conocemos sus calles, sus horarios, los cruces y sus contramanos. Y conocemos sus semáforos.
Le enseñé a mi hijo que el rojo es detenerse y el verde es avanzar. No saberlo puede ser fatal.
El viernes tomé la bici y fuimos por la bicisenda porque es segura, y eso es esencial para una mamá. Lo difícil siempre es pasar por el paso a nivel del Puente de la Trocha. Los autos apurados se adueñan del espacio. No siempre están demorados; a veces son dueños de algo, y todos quieren pasar como el agua que corre por una bajada: así de livianos, flojos, sin obstáculos. Pero, ¿cómo sería eso? Se me dan vuelta los ojos intentando descifrarlo.
Esa tarde pasé. El semáforo estaba en rojo para el inmenso micro, y eso me habilitó, pero el chofer no miró. No se enteró de que el semáforo es una herramienta que ayuda a ordenar el caos. No lo supo, nadie se lo exigió, entonces no lo usó.
¿Tan pequeños éramos? ¿Tan insignificantes una mamá y su hijo, en bici, que no frenó? Tan indefensos ante la negligencia de un conductor. Tan en sus manos y en su decisión. Como hormigas que se pueden pisar. Así me sentí ante esa posibilidad.
El gigante vino sobre nosotros y giré, desechando ese destino. Y él… saltó. La bici se arruinó, y algo de mi sangre quedó en la senda peatonal. Él, mi hijo, se puso a salvo, sin un rasguño. Solo un profundo temor. Una huella en su inocencia. Hoy le teme a ese lugar y a cruzar una calle. Y teme por mí: no se quiere alejar.
El chofer apurado no se disculpó. El semáforo estaba en rojo y no frenó. Cuando le pregunté al policía qué podía hacer, dijo que nada: nada pasó. Yo difiero, creo en hablar sobre lo vivido, creo en mi voz.

(*)Concurre al Taller de Escritura y Literatura de la Municipalidad de Ezeiza.

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