La historia de Robustiano

Por Míster Afro | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Digital Snatch | #FiccionesEzeicenses


La semana pasada vino un lector amigo a contarnos que se le apareció la Virgen de Luján en su casa de Quinta Avenida.
—Se viene la Peregrinación Nacional a la Basílica, y a través de María recibí una señal de que el país va a empezar a mejorar —dijo Robustiano Brambilla cuando aún estaba en la vereda.
Andaba con un bastón y entró a nuestra oficina, rengueando. Lo invitamos a sentarse para escucharlo.
—¿Cómo fue todo? —le pregunté.
—Vivo con mi único nieto, y ese fin de semana, él había salido a bailar. Iba a quedarse en la casa de un amigo. Estaba durmiendo y me despertaron varios golpes en la puerta de chapa de la cocina. Podía ser él, pero era raro, porque siempre entra despacio. Miré el relojito que tengo al lado del velador, y eran las tres de la mañana, en punto. Pensé en ladrones. Me levanté sin prender las luces y caminé hacia la cocina. Me llevé por delante una silla de algarrobo, y todavía me duele la rodilla.
Robustiano pidió un vaso de agua. Luego de tomar un sorbito, retomó la crónica.
—Había algo extraño —expuso, hablando suave y creando un clima de suspenso en nuestro mediodía soleado—. Tengo dos perros y no ladraban. Estoy cerca de la ruta y no se escuchaban ni los pocos autos que pasan de madrugada. Me asomé por la ventana de la cocina y ahí en el centro del jardín estaba María, radiante,  al lado del laurel que plantamos con mi mujer cuando nos casamos. Ella era muy creyente y murió hace justo un año. 
El hombre sacó un pañuelo y se secó las lágrimas. Un compañero mío señaló:
—¿Qué hacía la Virgen?
—Flotaba, toda blanca, como de yeso pero brillante, tenía las manos unidas en forma de rezo. Era más linda que cualquier estampita. Yo sentía una enorme plenitud. Sobre la mesada estaba el celular enchufado. Lo agarré para sacarle alguna foto, para el Facebook.
—¿Lo logró? —apunté, curioso.
—La puerta de la casa, para mi sorpresa, estaba abierta. Pero ya no me asustaba nada. Salí al jardín, María seguía flotando, me acerqué lo más posible y tomé un par de imágenes, hasta que de pronto se apagó como una lamparita.
—Capaz que fue un sueño —arriesgó mi colega.
—Parecía —respondió Robustiano—, todo estaba bajo un tono azul. Pero al golpe en la rodilla todavía lo siento, así que estaba bien despierto. Puedo pasarles las fotos que subí a mi muro —dijo y, sin mostrar desánimo, reconoció—: Tuve pocos likes.
Le dimos el número de La Palabra y en ese mismo momento nos escribió al whatsapp. Mi compañero, conmovido por la historia, abrió el mensaje y descubrió dos fotos completamente negras.
—No salió el flash, pero la Virgen está flotando en el centro. Sé que está ahí, porque la vi y porque me trajo bendiciones. Transmitan esta primicia a todo el mundo —dijo Robustiano, terminó el agua del vaso y se marchó.
En la redacción, mi compañero comenzó a aclarar las imágenes con el Photoshop para ver si encontraba a la Virgen. Detrás de la mancha negra apareció una mancha blanca. 
Mostrándome su hallazgo, comentó:
—Debe haberle sacado de muy cerca. Esto debe ser parte de su manto sagrado.

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