Por Carlos Renoldi | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Digital Snatch | #FiccionesEzeicenses
En el año 1974 fui uno de los tripulantes del barco portaaviones ARA 25 de Mayo de la Armada Argentina. Con sólo 16 años, resultó una experiencia inigualable, insuperable. Trabajaba en la cubierta de vuelo. Era el encargado de los cables que se utilizaban para detener los aviones al aterrizar en apenas treinta o cuarenta metros. Solíamos enfrentarnos a vientos de hasta cincuenta nudos y temperaturas bajo cero. No era tarea fácil mantenerse en pie, pero así fui creciendo y aprendiendo el oficio.
Aunque han pasado más de cincuenta años desde aquellas aventuras marinas, suele surgir en mi interior un irrefrenable deseo de volver a navegar una vez más. Sin embargo, ni siquiera el viejo portaaviones existe ya.
Este lunes salí a dar una vuelta en mi bici Aurora por el barrio Guillermina. Al llegar al arroyo Pincufi, pensé que estaba sufriendo una insolación: sobre la calle Laprida, vi amarrado junto al puentecito a mi querido portaaviones. Con sus 257 metros de largo llegaría hasta el otro puente de la calle San Lorenzo, pero ese no era el caso. El portaaviones se había reducido a unos 15 o 20 metros, adaptado al pequeño arroyo.
Escuché las voces de mis camaradas que me gritaban:
—¡Dale, flaco, te estamos esperando! ¡Tenemos que zarpar!
Sin pensarlo demasiado, abordé la nave, que dominaba el paisaje con su color gris naval sobre los verdes de la ribera. Me embargó una tremenda emoción al darme cuenta de que habían colocado en la popa una rueda de cabilla (mal llamada “timón”) para que, además de navegar, pudiera disfrutar de manejar el buque en el último viaje.
Me aferré al comando y ordené:
—¡Adelante un tercio!
El humo de las chimeneas comenzó a salir, mientras avanzábamos lento hacia el otro puente de la calle San Lorenzo, que se elevó para permitir nuestro paso.
Tomamos rumbo hacia la laguna Rocha, el río Matanza, el Río de la Plata y luego hacia la Base Naval Puerto Belgrano.
—¡Bravo, flaco, te diste el gusto!
Así me gritaban antiguos compañeros desde las cubiertas inferiores, mientras la Corta se metía en mi ensoñación y subía al barco para escapar de los cuarenta grados de calor.
Esto No Está Chequeado | Sección no basada en hechos reales | Cualquier semejanza con la realidad es mala puntería | Contacto: ezeizaediciones@yahoo.com.ar