Por Carlos Renoldi | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Digital Snatch | #FiccionesEzeicenses
Frente a mí, la nueva Escuela N° 25. No es aquella 25 de mi niñez, la de la calle Antártida Argentina (donde hoy se encuentra Defensa Civil). Ahora estamos en Agüero y Racedo, y desde mi vereda veo el recreo, los chicos jugando y… yo, con mi guardapolvo tableado…
Ya casi no se usa el guardapolvo. Algunas economías familiares no dan. O cambió la moda, no sé. Como tampoco sé si al sistema le interesa que los chicos pasen de grado sabiendo. Da igual. Sólo se trata de poner a los niños en algún lugar mientras sus padres están en otro. Nos ubican, nos amontonan, nos arrean, y nunca es por nuestro futuro ni por el de los niños, sino por el de los ordenadores del planeta, los que establecen, escriben métodos y calculan ganancias.
En la 25, en otro tiempo, en otro patio, jugaba al motociclista, corriendo en el recreo con los brazos extendidos hacia adelante, acelerando a toda velocidad entre los chicos y las chicas que me miraban sorprendidos, escuchando mi: ¡¡RRRRRR!! ¡¡RRRRRR RRRRRR!! ¡¡RRRRRR!!
Otros compañeros se entretenían con el rango(*), y muchas chicas, con la rayuela. “Está loco”, pensarían. A mí no me molestaba. Yo aceleraba aún más alrededor del mástil.
Un día estaba yo en mi carrera febril, cuando sonó el timbre y todos entraron a sus aulas. Me quedé dando vueltas y vueltas, en mi mundo, con mi guardapolvo tableado.
Eran otras épocas.
La seño Susana solía sacarme de clase para hacer dibujos en el pizarrón del patio. Era el encargado de ilustrar alguna curiosidad de la historia, matemáticas o biología, para que los demás alumnos la vieran durante el recreo. Era bueno dibujando, pero nunca aprendí las tablas, porque no me interesaban. La seño lo sabía. Aunque los chicos de hoy tampoco saben las tablas… ni siquiera la hora en el reloj de aguja, me consta. Hace poco vi a una nena de catorce años que miraba con extrañeza un reloj con números romanos. A mí siempre me parecieron geniales los números romanos. Eso sí lo aprendí en la 25.
Me quedé en este lado de la calle, mirándome a través de los años y de la reja. Estoy de nuevo ahí, con mi guardapolvo tableado, esperando que salga la seño Susana y me grite:
—¡¡Román, adentrooo…!!
Ya casi no se usa el guardapolvo. Algunas economías familiares no dan. O cambió la moda, no sé. Como tampoco sé si al sistema le interesa que los chicos pasen de grado sabiendo. Da igual. Sólo se trata de poner a los niños en algún lugar mientras sus padres están en otro. Nos ubican, nos amontonan, nos arrean, y nunca es por nuestro futuro ni por el de los niños, sino por el de los ordenadores del planeta, los que establecen, escriben métodos y calculan ganancias.
En la 25, en otro tiempo, en otro patio, jugaba al motociclista, corriendo en el recreo con los brazos extendidos hacia adelante, acelerando a toda velocidad entre los chicos y las chicas que me miraban sorprendidos, escuchando mi: ¡¡RRRRRR!! ¡¡RRRRRR RRRRRR!! ¡¡RRRRRR!!
Otros compañeros se entretenían con el rango(*), y muchas chicas, con la rayuela. “Está loco”, pensarían. A mí no me molestaba. Yo aceleraba aún más alrededor del mástil.
Un día estaba yo en mi carrera febril, cuando sonó el timbre y todos entraron a sus aulas. Me quedé dando vueltas y vueltas, en mi mundo, con mi guardapolvo tableado.
Eran otras épocas.
La seño Susana solía sacarme de clase para hacer dibujos en el pizarrón del patio. Era el encargado de ilustrar alguna curiosidad de la historia, matemáticas o biología, para que los demás alumnos la vieran durante el recreo. Era bueno dibujando, pero nunca aprendí las tablas, porque no me interesaban. La seño lo sabía. Aunque los chicos de hoy tampoco saben las tablas… ni siquiera la hora en el reloj de aguja, me consta. Hace poco vi a una nena de catorce años que miraba con extrañeza un reloj con números romanos. A mí siempre me parecieron geniales los números romanos. Eso sí lo aprendí en la 25.
Me quedé en este lado de la calle, mirándome a través de los años y de la reja. Estoy de nuevo ahí, con mi guardapolvo tableado, esperando que salga la seño Susana y me grite:
—¡¡Román, adentrooo…!!
(*)El rango es un juego infantil en el que los niños se forman en fila doblados hacia delante y el último salta sobre ellos intentando no caerse.
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