Por Carlos Renoldi | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Digital Snatch | #FiccionesEzeicenses
No sé cuánto vive una paloma, pero desde hace varios años una parejita anida dentro de la cabeza de una de mis esculturas.
Allí nacieron dos pichones. Ellos, tras un cuidado intensivo y sigiloso, crecieron. Sin embargo, veo que doña Paloma y don Palomo suelen andar a pocos metros al cuidado de las crías, aun cuando estas ya saben volar. Se desplazan por los cables, la vereda, las ramas de mi jacarandá y los muros.
La paloma y el palomo me miran a corta distancia con total tranquilidad, y hasta me parece que me agradecen el haberles permitido anidar en mi espacio y fingir no verlos para no interferir en su intimidad.
Cuando hace calor, suelo regar la calle por las tardes para evitar que los autos levanten tanta polvareda.
En los pequeños baches que se transforman en piscinas, ellos beben y se refrescan. Se suman las torcazas, los gorriones, los chingolos, las cotorras, las calandrias, los horneros y los chimangos, según puedo observar y deducir con mi tosco conocimiento. Los más grandes suelen sacar volando a los más chicos en disputa por el agua fresca.
Dejando correr el agua unos minutos, también se llena la cuneta, y en esas zonas de frescura momentánea se arman grandes discusiones. Diez o quince cotorras bajan raudas a la cuneta y allí cotorrean seguras, porque son mayoría, aunque enseguida se arma el desparramo ante el vuelo rasante de un par de chimangos que imponen su porte amenazante.
Revuelo por acá y por allá, todos cambian de charco y se acomodan como pueden. Las calandrias, como bombarderos en picada, sacan corriendo a los gorriones y a todos los que pueden. En un total desorden y griterío, suben y bajan de los cables y los árboles sin lograr disfrutar del agua fresca.
La semana pasada, una tijereta se paró en una de las columnas del muro de la Escuela 25 y gritó:
—¡CÓRTENLA, CHE!
Tal fue la sorpresa que el pajarerío entero se detuvo a mirarla. Poniendo sus alas en jarra, dijo a todo pico:
—¡Dejen de pelear! Charly tiró bastante agua, y alcanza para todas y todos.
Tranquilamente, con sus cabecitas gachas, caminaron hacia los charquitos y se organizaron. En un charquito, las palomas; en otro, los gorriones; en otro, las calandrias. Los chimangos les dieron paso a los más pequeños para que encontraran su lugar. Las cotorras, como son muchas, tomaron la cuneta. Así, todos bebieron y se refrescaron felices.
Yo sigo regando y luego me preparo un mate. A la misma hora, cada día, llegan las bandadas en sorprendente orden a ocupar sus lugares.
Allí nacieron dos pichones. Ellos, tras un cuidado intensivo y sigiloso, crecieron. Sin embargo, veo que doña Paloma y don Palomo suelen andar a pocos metros al cuidado de las crías, aun cuando estas ya saben volar. Se desplazan por los cables, la vereda, las ramas de mi jacarandá y los muros.
La paloma y el palomo me miran a corta distancia con total tranquilidad, y hasta me parece que me agradecen el haberles permitido anidar en mi espacio y fingir no verlos para no interferir en su intimidad.
Cuando hace calor, suelo regar la calle por las tardes para evitar que los autos levanten tanta polvareda.
En los pequeños baches que se transforman en piscinas, ellos beben y se refrescan. Se suman las torcazas, los gorriones, los chingolos, las cotorras, las calandrias, los horneros y los chimangos, según puedo observar y deducir con mi tosco conocimiento. Los más grandes suelen sacar volando a los más chicos en disputa por el agua fresca.
Dejando correr el agua unos minutos, también se llena la cuneta, y en esas zonas de frescura momentánea se arman grandes discusiones. Diez o quince cotorras bajan raudas a la cuneta y allí cotorrean seguras, porque son mayoría, aunque enseguida se arma el desparramo ante el vuelo rasante de un par de chimangos que imponen su porte amenazante.
Revuelo por acá y por allá, todos cambian de charco y se acomodan como pueden. Las calandrias, como bombarderos en picada, sacan corriendo a los gorriones y a todos los que pueden. En un total desorden y griterío, suben y bajan de los cables y los árboles sin lograr disfrutar del agua fresca.
La semana pasada, una tijereta se paró en una de las columnas del muro de la Escuela 25 y gritó:
—¡CÓRTENLA, CHE!
Tal fue la sorpresa que el pajarerío entero se detuvo a mirarla. Poniendo sus alas en jarra, dijo a todo pico:
—¡Dejen de pelear! Charly tiró bastante agua, y alcanza para todas y todos.
Tranquilamente, con sus cabecitas gachas, caminaron hacia los charquitos y se organizaron. En un charquito, las palomas; en otro, los gorriones; en otro, las calandrias. Los chimangos les dieron paso a los más pequeños para que encontraran su lugar. Las cotorras, como son muchas, tomaron la cuneta. Así, todos bebieron y se refrescaron felices.
Yo sigo regando y luego me preparo un mate. A la misma hora, cada día, llegan las bandadas en sorprendente orden a ocupar sus lugares.
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