Dios y los espejos rotos

Por Míster Afro | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Digital Snatch | #FiccionesEzeicenses


César Rinaudo, vecino de Tala Ezeiza, es un ateo militante y un refutador nato. Le gusta reflexionar sobre arte, política y religión, siempre llevándole la contra a todos, especialmente a quienes expresan alguna convicción religiosa.
—Creer en Dios es cosa de la infancia. Pensar que todo ocurre por un orden superior es una tontería —suele decir al comenzar muchas charlas que pronto derivan en discusiones o en profundos desencuentros.
Algunos amigos lo bancan en todo, porque es un tipo generoso, un hippie anarco-socialista intuitivo, que ayuda a quien puede. Ellos, además, conocen la contracara de su ateísmo acérrimo: mientras vocifera en contra de la existencia de Dios, notan que sí cree en algo… en la mala suerte.
César evita cruzarse con gatos negros. Se asusta cuando se le cae la sal al piso, o si se rompe un espejo. Siente cierta aprensión al salir a la calle los días 13 y 17. Toca madera para esquivar enfermedades y trata de entrar siempre con el pie derecho a cualquier lugar.
Para incomodarlo, sus amigos organizan asados los viernes 13. Le hablan de vecinos mal aspectados y, de alguna forma, provocan encuentros con los supuestos mufas. Con esas acciones buscan equilibrar las diatribas sacrílegas de Rinaudo.
La semana anterior, al pasar frente a la Iglesia Del Valle, el vecino de Tala Ezeiza se burló de uno de sus amigos que entraba a escuchar la misa de la tarde.
—Si hoy vino Dios, ¡mandale saludos de mi parte!
César iba en bicicleta y, distraído, no se dio cuenta de que doblaba una camioneta en la esquina. Terminó despatarrado en French y Tucumán. Lo trasladaron de urgencia al Hospital de Ezeiza con varios huesos rotos. Su amigo, el creyente, lo acompañó todo el camino.
Apenas se despertó de la anestesia, el amigo no se privó de gastarlo por haberle hecho bullying en la puerta de la parroquia.
—¡Te lo merecés por hereje! —le lanzó.
César, serio, respondió:
—Me mandé una macana imperdonable y terminé internado.
—Sí —dijo su amigo—, te burlaste de Dios en la misma puerta de la iglesia.
—No, eso no —replicó el polemista—. Tengo unos albañiles trabajando en casa, me distraje y pasé por debajo de una escalera.

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