¿Están entre nosotros?

Por Carlos Renoldi | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Digital Snatch | #FiccionesEzeicenses


En el vaivén de los pensamientos y los recuerdos, mi abuelo reaparece de manera constante. Él siempre tenía alguna historia para sacarnos una sonrisa, o, bien, para sorprendernos y sacudirnos el aburrimiento de alguna noche de invierno.
El abuelo supo ser amoroso, de esos cariños que quedan tatuados en la memoria. Lo veo aún sentado en la baranda de cemento del tapial de su vieja casa en Villa Guillermina, el sol filtrándose entre las hojas. Allí, en uno de mis cumpleaños, me entregó una lapicera bolígrafo con un billete de cinco pesos enroscado y atado con una bandita elástica. Un tesoro de la infancia.
Tras la muerte de la abuela, él se mudó a Entre Ríos, a la casa de su hija. Las visitas se hicieron una rareza; solo estuve con él una vez más, en la ciudad de Gualeguay, cuando se hallaba internado en aquella clínica blanca y fría.
Notarlo tan frágil me sacudió tanto que mi cabeza se cubrió de caspa. Durante varias semanas partículas blancas cayeron sobre mí como papel picado en un triste carnaval.
Aunque esa vez zafó, los años lo fueron apagando. El día que finalmente murió, no pude despedirme.
Una noche, pocas semanas después de su partida, estábamos con mi esposa cenando en silencio frente a dos televisores apilados: en el de abajo solo sonido, en el de arriba, imágenes neblinosas. Mirábamos un capítulo de la serie Los invasores. En esa antigua producción inglesa, el arquitecto David Vincent lucha por demostrar que extraterrestres caminan entre nosotros, disfrazados de humanos. Nadie le cree, claro. Él es un loco, un obsesionado, un paria.
Comíamos unos ricos fideos cuando, en medio de una persecusión de autos, una sombra cruzó frente a las pantallas. Se movía con andar cansino y un sombrero de ala ancha, famoso en nuestra familia. ¿Estaba sufriendo una alucinación? ¿Sería víctima de un hecho paranormal?
Helado, con el tenedor suspendido en el aire, le pregunté a mi esposa.
—¡¿Vos viste algo?!
La Corta, pálida, respondió:
—Sí… Pasó tu abuelo.

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