Por Reina Franco(*) | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Digital Snatch | #FiccionesEzeicenses
En una noche lluviosa de invierno, una joven hermosa de cabellos rubios ingresó por la puerta principal del hospital. Raquel, enfermera comprometida con su trabajo, había comenzado a trabajar en el lugar a mediados de 1955. Saludó a una de las secretarias. Se dirigió hacia las escaleras. Vio que una de las puertas del pabellón estaba abierta y la cerró al pasar.
Mientras hacía sus rondas, notó que la habitación 90 estaba ocupada, aunque no había ningún paciente registrado. Al abrir la puerta, encontró la cama vacía, con sábanas manchadas de sangre. Un susurro débil surgió desde debajo de la cama. Raquel se agachó y encontró una persona pálida y demacrada. El individuo salió de su escondite con rapidez y se abalanzó sobre Raquel, agitando un bisturí. La enfermera gritó hasta que un oficial de seguridad llegó a socorrerla.
Sangre espesa cubría su rostro, pero, al no sentir dolor ni laceración, creyó que esa sangre pertenecía al atacante. Quizás se había cortado en su locura.
Ese día, Raquel llegó a su casa decidida a renunciar. Sin embargo, su amor por el oficio era tan fuerte que no pudo evitar retornar.
Cuando regresó al establecimiento sanitario, preguntó a sus compañeros por el paciente de la habitación 90, pero nadie sabía nada. Ingresó a la habitación, un poco temerosa. No había nada. El aire se sentía pesado, como si algo le presionara el pecho. Salió y vio un corredor oscuro y lúgubre que antes no estaba. Escuchó murmullos que parecían venir de todas direcciones. La enfermera corrió espantada y no se detuvo hasta estar lo suficientemente lejos. Decidió darse la vuelta. Desde allí no se veía el edificio que recordaba: parecía un centro educativo.
En su hogar, asustada, creyó haber imaginado todo producto del shock. Entró en su habitación y se tropezó con un estante. Varios libros y hojas volaron por el aire. La página de un diario viejo se posó sobre sus pies. Con horror, vio su foto y su nombre en una nota antigua, con el siguiente título: “Tragedia en Barrio Uno: paciente psiquiátrico asesina a una enfermera del Policlínico de Ezeiza. Raquel Santos, de 25 años, fue apuñalada con un bisturí. El asesino se quitó la vida”.
Raquel miró el diario por un largo rato. De alguna forma, seguía allí. Ya era el momento de dejarse ir. La joven suspiró profundo y cerró los ojos. Volvió a abrirlos frente a su propia tumba.
Mientras hacía sus rondas, notó que la habitación 90 estaba ocupada, aunque no había ningún paciente registrado. Al abrir la puerta, encontró la cama vacía, con sábanas manchadas de sangre. Un susurro débil surgió desde debajo de la cama. Raquel se agachó y encontró una persona pálida y demacrada. El individuo salió de su escondite con rapidez y se abalanzó sobre Raquel, agitando un bisturí. La enfermera gritó hasta que un oficial de seguridad llegó a socorrerla.
Sangre espesa cubría su rostro, pero, al no sentir dolor ni laceración, creyó que esa sangre pertenecía al atacante. Quizás se había cortado en su locura.
Ese día, Raquel llegó a su casa decidida a renunciar. Sin embargo, su amor por el oficio era tan fuerte que no pudo evitar retornar.
Cuando regresó al establecimiento sanitario, preguntó a sus compañeros por el paciente de la habitación 90, pero nadie sabía nada. Ingresó a la habitación, un poco temerosa. No había nada. El aire se sentía pesado, como si algo le presionara el pecho. Salió y vio un corredor oscuro y lúgubre que antes no estaba. Escuchó murmullos que parecían venir de todas direcciones. La enfermera corrió espantada y no se detuvo hasta estar lo suficientemente lejos. Decidió darse la vuelta. Desde allí no se veía el edificio que recordaba: parecía un centro educativo.
En su hogar, asustada, creyó haber imaginado todo producto del shock. Entró en su habitación y se tropezó con un estante. Varios libros y hojas volaron por el aire. La página de un diario viejo se posó sobre sus pies. Con horror, vio su foto y su nombre en una nota antigua, con el siguiente título: “Tragedia en Barrio Uno: paciente psiquiátrico asesina a una enfermera del Policlínico de Ezeiza. Raquel Santos, de 25 años, fue apuñalada con un bisturí. El asesino se quitó la vida”.
Raquel miró el diario por un largo rato. De alguna forma, seguía allí. Ya era el momento de dejarse ir. La joven suspiró profundo y cerró los ojos. Volvió a abrirlos frente a su propia tumba.
(*)Concurre al Taller de Escritura y Literatura de la Municipalidad de Ezeiza.
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