Por Carlos Renoldi | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Digital Snatch | #FiccionesEzeicenses
El otro día, miraba a los chicos de la escuelita 25 en el patio. Como es habitual, tiraban todos sus desperdicios en cualquier parte menos en los cestos de basura. Así se amontonaban todo tipo de papelitos, envoltorios, cajitas de jugo, botellitas de gaseosa y restos de las frutas que se les entregaban.
Lo mismo sucedía en la vereda y en la calle. Allí, las cotorras picoteaban algún resto de manzana.
Son chicos, pensaba y me preguntaba: ¿directora, docentes, auxiliares o celadores no instruían y exhortaban a que eso no suceda? Algunos me responderían: todo comienza en casa…
Fui hacia el kiosco de la esquina a comprar mis azucaradas Don Satur para el mate. Vi dos naranjas tiradas en la calle…
Seguí, hice mi compra y, al regresar, las levanté. Las inspeccioné y se veían muy bien. Me comí las ricas naranjas en la vereda, mientras un chico de la escuela me miraba atento detrás del enrejado.
Me venían a la cabeza esos horribles videos de TikTok de chicos enfermos de desnutrición del otro lado del mundo, en guerra.
—Señor, señor… —me gritó tímidamente el niño que me observaba, con una naranja en la mano.
—Hola, amiguito, ¿qué pasa? —pregunté.
Extendió su mano a través de la reja, ofreciéndome su naranja, y dijo:
—Para usted.
Crucé la calle, me puse frente a él y le pregunté:
—¿No te gustan las naranjas?
—Sí, me gustan, pero a usted también. Lo vi levantando dos de la calle —dijo con su voz enternecedora.
—Ah, sí. Me daba pena que tiraran la comida. Mi mamá me enseñó que eso no se hace. Otros no tienen.
—¿No la quiere? —insistió.
—No, gracias. Ya me comí dos. Otro día, tal vez. Mejor comela vos y deciles a tus compañeros que, cuando no quieran la manzana o la naranja, antes de tirarla se la ofrezcan a otro compañero.
—¡Buena idea! —dijo sonriendo, y salió corriendo tras el sonido del timbre.
Lo mismo sucedía en la vereda y en la calle. Allí, las cotorras picoteaban algún resto de manzana.
Son chicos, pensaba y me preguntaba: ¿directora, docentes, auxiliares o celadores no instruían y exhortaban a que eso no suceda? Algunos me responderían: todo comienza en casa…
Fui hacia el kiosco de la esquina a comprar mis azucaradas Don Satur para el mate. Vi dos naranjas tiradas en la calle…
Seguí, hice mi compra y, al regresar, las levanté. Las inspeccioné y se veían muy bien. Me comí las ricas naranjas en la vereda, mientras un chico de la escuela me miraba atento detrás del enrejado.
Me venían a la cabeza esos horribles videos de TikTok de chicos enfermos de desnutrición del otro lado del mundo, en guerra.
—Señor, señor… —me gritó tímidamente el niño que me observaba, con una naranja en la mano.
—Hola, amiguito, ¿qué pasa? —pregunté.
Extendió su mano a través de la reja, ofreciéndome su naranja, y dijo:
—Para usted.
Crucé la calle, me puse frente a él y le pregunté:
—¿No te gustan las naranjas?
—Sí, me gustan, pero a usted también. Lo vi levantando dos de la calle —dijo con su voz enternecedora.
—Ah, sí. Me daba pena que tiraran la comida. Mi mamá me enseñó que eso no se hace. Otros no tienen.
—¿No la quiere? —insistió.
—No, gracias. Ya me comí dos. Otro día, tal vez. Mejor comela vos y deciles a tus compañeros que, cuando no quieran la manzana o la naranja, antes de tirarla se la ofrezcan a otro compañero.
—¡Buena idea! —dijo sonriendo, y salió corriendo tras el sonido del timbre.
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