Por Ezequiel Pelliza Goicochea | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Digital Snatch | #FiccionesEzeicenses
Cada día que pasa, hay más datos que se acumulan para el futuro. ¿Qué hacer con tanto flujo de información? Los Racionalistas Empedernidos proponen recordar solo aquello que merezca ser recordado. Enfrente tienen a los Cuidadores de la Insignificancia, liderados por Marco Millán. Ellos retrucan que ese postulado implica dar por sentados los intereses de las generaciones futuras, y que no sabemos qué puede servirles. Por ende, no hay datos inútiles: lo que hoy desechamos podría ser la salvación dentro de 300 años.
Esta discusión avanzó y empujó a todos hacia los extremos. Marco se fue obsesionando con datos random, con cosas que no le interesan a nadie. Ni siquiera a él. No le importa lo que recuerda, sino el recordar mismo: el mero ejercicio de la memoria, el guardar porque sí, la pura acumulación por deporte.
Puede recitar el apellido de cada uno de sus compañeros del preescolar y el nombre científico de cada planta y ave que dan nombre a las calles de La Unión y Tristán Suárez. Y, como adepto a la cultura pop, no faltan los datos en ese sentido: el número de cada Pokémon, la cantidad de árboles que aparecen en El Señor de los Anillos, cuántas puertas tiene un Destructor Imperial de Star Wars, cuántos caracteres posee la saga Dune y cuántas tildes hay en cada libro de Asimov.
Los cinéfilos Max Ribeiro y Lucas Barre, con total malicia, quisieron ponerlo a prueba. Le preguntaron cuántos segundos dura cada película de David Lynch y cuántas personas aplaudieron en el cine luego de ver El exorcista el día de su estreno. Marco les respondió al instante, dejándolos boquiabiertos.
Envalentonado por este cúmulo de información vana, el líder de los Cuidadores de la Insignificancia fue olvidando cosas que en nuestra época sí son útiles. Se especula con que pronto no recordará cómo comer, ir al baño o al kiosco a comprar un alfajor. Algunos hasta auguran que ya no sabrá respirar.
Pero no son más que suposiciones sin fundamento. Lo concreto es que ayer le preguntaron cómo se llamaba… y dudó un buen rato antes de responder.
Y lo hizo mal.
Esta discusión avanzó y empujó a todos hacia los extremos. Marco se fue obsesionando con datos random, con cosas que no le interesan a nadie. Ni siquiera a él. No le importa lo que recuerda, sino el recordar mismo: el mero ejercicio de la memoria, el guardar porque sí, la pura acumulación por deporte.
Puede recitar el apellido de cada uno de sus compañeros del preescolar y el nombre científico de cada planta y ave que dan nombre a las calles de La Unión y Tristán Suárez. Y, como adepto a la cultura pop, no faltan los datos en ese sentido: el número de cada Pokémon, la cantidad de árboles que aparecen en El Señor de los Anillos, cuántas puertas tiene un Destructor Imperial de Star Wars, cuántos caracteres posee la saga Dune y cuántas tildes hay en cada libro de Asimov.
Los cinéfilos Max Ribeiro y Lucas Barre, con total malicia, quisieron ponerlo a prueba. Le preguntaron cuántos segundos dura cada película de David Lynch y cuántas personas aplaudieron en el cine luego de ver El exorcista el día de su estreno. Marco les respondió al instante, dejándolos boquiabiertos.
Envalentonado por este cúmulo de información vana, el líder de los Cuidadores de la Insignificancia fue olvidando cosas que en nuestra época sí son útiles. Se especula con que pronto no recordará cómo comer, ir al baño o al kiosco a comprar un alfajor. Algunos hasta auguran que ya no sabrá respirar.
Pero no son más que suposiciones sin fundamento. Lo concreto es que ayer le preguntaron cómo se llamaba… y dudó un buen rato antes de responder.
Y lo hizo mal.
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