Por Marcelo Serlik(*) | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Digital Snatch | #FiccionesEzeicenses
—Este mundo es una mierda —decía mientras tomaba el último trago de un café. Una sentencia con que había terminado varias charlas de entre amigos.
No era precisamente un pesimista, pero con su mirada crítica, invariablemente señalaba alguna reserva respecto de cualquier tema. En el amor, la medicina o el fútbol seguramente sus protagonistas escondían algún interés espurio.
No le había ido bien en la vida. Todo lo que había emprendido, en mayor o menor medida, terminó en un indisimulable fracaso. Sus matrimonios, que habían sido varios, concluyeron más o menos del mismo modo. La mujer de turno, deslumbrada al principio, cansándose de los aprietos económicos y la incertidumbre, terminaba decepcionada, desalojándolo del peor modo de su lado, esperando mejor suerte. Algunas de ellas no se equivocaron. Pudieron encontrar algún hombre más próspero que le ofrecía proyectos de menor vuelo, pero de mayor consistencia. Por su parte, nunca se mostraba despechado. Atribuía la elección a la limitada perspicacia femenina.
José era un sujeto de inteligencia destacable, pero que tenía un registro particular de la realidad en la concepción de sus proyectos. Soñaba tozudamente sin poder medir las consecuencias.
Muchas veces lo escuché describir lo que se proponía llevar a cabo con, a mi juicio, candidez infantil. En vano intenté persuadirlo de desistir de su propósito, hasta que por fin, impermeable a mis argumentos, me resignaba a escucharlo en silencio, mientras describía febrilmente cada detalle de su disparatada empresa.
Debo confesar que me producía cierta fascinación escucharlo en su inconmovible convicción, permitiéndose lo que pocos hombres hacemos. En su tenacidad, sólo se detenía, no sin perplejidad, parado entre los restos de la catástrofe, atribuyendo el resultado a algún detalle que tendría en cuenta la próxima vez. El mundo estaba irremediablemente equivocado y eso complicaba más las cosas.
No le había ido bien en la vida. Todo lo que había emprendido, en mayor o menor medida, terminó en un indisimulable fracaso. Sus matrimonios, que habían sido varios, concluyeron más o menos del mismo modo. La mujer de turno, deslumbrada al principio, cansándose de los aprietos económicos y la incertidumbre, terminaba decepcionada, desalojándolo del peor modo de su lado, esperando mejor suerte. Algunas de ellas no se equivocaron. Pudieron encontrar algún hombre más próspero que le ofrecía proyectos de menor vuelo, pero de mayor consistencia. Por su parte, nunca se mostraba despechado. Atribuía la elección a la limitada perspicacia femenina.
José era un sujeto de inteligencia destacable, pero que tenía un registro particular de la realidad en la concepción de sus proyectos. Soñaba tozudamente sin poder medir las consecuencias.
Muchas veces lo escuché describir lo que se proponía llevar a cabo con, a mi juicio, candidez infantil. En vano intenté persuadirlo de desistir de su propósito, hasta que por fin, impermeable a mis argumentos, me resignaba a escucharlo en silencio, mientras describía febrilmente cada detalle de su disparatada empresa.
Debo confesar que me producía cierta fascinación escucharlo en su inconmovible convicción, permitiéndose lo que pocos hombres hacemos. En su tenacidad, sólo se detenía, no sin perplejidad, parado entre los restos de la catástrofe, atribuyendo el resultado a algún detalle que tendría en cuenta la próxima vez. El mundo estaba irremediablemente equivocado y eso complicaba más las cosas.
(*)El relato forma parte del libro Solo episodios (Patio al Sur, 2025) de Marcelo Serlik.
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