Ya puede conseguirse en todos los kioscos de diarios y revistas del distrito de Ezeiza (Barrio Uno, Canning, José María Ezeiza, Tristán Suárez y Carlos Spegazzini) la edición papel Nº 1585 del semanario La Palabra de Ezeiza del jueves 26 de junio de 2025. Valor: $500.
Blog | La Palabra de Ezeiza
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Nueva edición | 03-07-25
Yo te avisé, Charly
—¡Venite, Charly, descubrí algo groso!
Caminé hacia él, resignado, y entonces arrancó:
—¿Vos sabés lo que están haciendo con la gente? No, no sabés… Mirá, te cuento: hace un año que vengo observando. Acá cerca, desde temprano, la gente hace fila como hormigas: viejos, jóvenes, todos… Van a hacerse un trámite rarísimo. ¿Sabés para qué? ¡Para que les escaneen el iris a cambio de unas criptomonedas!
Le dije que algo había escuchado, pero que no estaba tan al tanto de la movida.
—Me metí en Google y todo indica lo mismo: esa empresa está denunciada, procesada y rajada de varios países. Literalmente, ¡rajada! Así decía el artículo. No me lo estoy inventando
Hizo una pausa dramática.
—Tampoco sé muy bien qué es una criptomoneda, eh… eso lo admito. Pero a la gente parece encantarle. Supongo que, como está todo tan caro, uno se agarra de lo que sea para juntar unos mangos. Aunque no sepas ni qué te están sacando.
Se acomodó la visera.
—¿Y sabés qué te sacan? ¡Todos los datos! El iris, el alma, el horóscopo chino, ¡todo! Y uno pregunta: “¿Será en nombre de la ciencia?”. ¡No, papá! ¡Es Superman!
Lo miré con cara de “¿Eh?”, pero no aflojó.
—Sí, Superman. Escuchame: investigando por ahí, llegué a la conclusión de que las criptomonedas están hechas de criptonita. ¡Crip-to-ni-ta! Y no es casualidad, no, no… Viene de Criptón, ¿me entendés? Es un plan maestro de los alienígenas. Superman está preparando una invasión silenciosa con millones de supermanes, y los únicos que se van a salvar de ser esclavos del nuevo orden mundial son los que tengan las criptomonedas esas.
Se quedó en silencio. Me miró fijo. Levantó el índice.
—¡Ojo, eh! Yo te avisé, Charly.
Le agradecí la charla, como si se tratara de una consulta médica. Me fui caminando despacio, con una mezcla de risa, dudas y algo de miedo. Uno nunca sabe: en este mundo tan raro, capaz un día nos despertamos en medio de una invasión, con vigilantes en cada esquina, pidiéndonos el QR del iris para dejarnos pasar.
Nueva edición | 26-06-25
Ya puede conseguirse en todos los kioscos de diarios y revistas del distrito de Ezeiza (Barrio Uno, Canning, José María Ezeiza, Tristán Suárez y Carlos Spegazzini) la edición papel Nº 1585 del semanario La Palabra de Ezeiza del jueves 26 de junio de 2025. Valor: $500.
La senda peatonal
Ezeiza es bici. Es nuestro barrio; conocemos sus calles, sus horarios, los cruces y sus contramanos. Y conocemos sus semáforos.
Le enseñé a mi hijo que el rojo es detenerse y el verde es avanzar. No saberlo puede ser fatal.
El viernes tomé la bici y fuimos por la bicisenda porque es segura, y eso es esencial para una mamá. Lo difícil siempre es pasar por el paso a nivel del Puente de la Trocha. Los autos apurados se adueñan del espacio. No siempre están demorados; a veces son dueños de algo, y todos quieren pasar como el agua que corre por una bajada: así de livianos, flojos, sin obstáculos. Pero, ¿cómo sería eso? Se me dan vuelta los ojos intentando descifrarlo.
Esa tarde pasé. El semáforo estaba en rojo para el inmenso micro, y eso me habilitó, pero el chofer no miró. No se enteró de que el semáforo es una herramienta que ayuda a ordenar el caos. No lo supo, nadie se lo exigió, entonces no lo usó.
¿Tan pequeños éramos? ¿Tan insignificantes una mamá y su hijo, en bici, que no frenó? Tan indefensos ante la negligencia de un conductor. Tan en sus manos y en su decisión. Como hormigas que se pueden pisar. Así me sentí ante esa posibilidad.
El gigante vino sobre nosotros y giré, desechando ese destino. Y él… saltó. La bici se arruinó, y algo de mi sangre quedó en la senda peatonal. Él, mi hijo, se puso a salvo, sin un rasguño. Solo un profundo temor. Una huella en su inocencia. Hoy le teme a ese lugar y a cruzar una calle. Y teme por mí: no se quiere alejar.
El chofer apurado no se disculpó. El semáforo estaba en rojo y no frenó. Cuando le pregunté al policía qué podía hacer, dijo que nada: nada pasó. Yo difiero, creo en hablar sobre lo vivido, creo en mi voz.
(*)Concurre al Taller de Escritura y Literatura de la Municipalidad de Ezeiza.
Esto No Está Chequeado | Sección no basada en hechos reales | Cualquier semejanza con la realidad es mala puntería | Contacto: ezeizaediciones@yahoo.com.ar
Nueva edición | 19-06-25
Ya puede conseguirse en todos los kioscos de diarios y revistas del distrito de Ezeiza (Barrio Uno, Canning, José María Ezeiza, Tristán Suárez y Carlos Spegazzini) la edición papel Nº 1584 del semanario La Palabra de Ezeiza del jueves 19 de junio de 2025. Valor: $500.
El Rambo de Canning
En este grupo todos teníamos morrales de jean, con balines de tosca, gomeras de suero en nuestro cuello y bolsillos con bolitas. Gilbert, Nelson, Seba, Calu, Dani, Toto, David, Diego, Chizo y quien les escribe, Peter, formábamos la tribu. Nos retroalimentábamos y compartíamos casi todo. Moncho usaba una gomera de goma muy ancha de suero, nadie estiraba esa gomera excepto él, que vivía de la caza.
Hemos compartido experiencias increíbles. Esta tribu tenía un lenguaje particular. Moncho era mal hablado e inventaba palabras graciosas. Una especie de lunfardo del bajo Canning. Nosotros las repetíamos y expresábamos nuestra alegría de pertenecer a ese mundo, que otros no entendían. Él era una persona mayor, de unos 33 años.
Época de familias numerosas, en la barra había hermanos, primos y vecinos. Nuestros padres le tenían confianza al Moncho. Había dos potreros que usábamos, dependiendo de los días y la lluvia. ¡Cada partido se armaba! Jugábamos horas y horas, por la cocacola o por el honor. A veinte goles o treinta goles. Éramos fanáticos. Moncho usaba unos botines de punta de acero, pesadísimos, con los que metía goles de donde quería. Era una máquina jugando, los pibes más grandes no querían jugar con él, decían que estaba loco. Para nosotros, era nuestro Maestro en todas las ciencias callejeras y un experto en guiarnos a las mejores aventuras.
Cada día había una odisea luego de cumplir nuestras responsabilidades escolares y algunas consignas que mamá o papá nos pidieran. Había jornadas de fútbol en la canchita y bolitas; días de cazar liebres, perdices y palomas, pescar ranas en los bajos del barrio, o viejas del agua y anguilas en el costado de la trocha. Otros veces caminábamos por las casaquintas y los lotes baldíos donde pedíamos o recolectábamos ciruelas, mandarinas, quinotos. Cuando hacía calor, íbamos a la pileta abandonada conocida como la verdosa. En esa casi se mata Dani, que no sabía nadar.
Mis días preferidos eran los de ir a buscar y vender pelotitas de golf a los judíos o coreanos. Las encontrábamos al borde del tejido luego de patear varias horas entre los pastizales. Eran temporadas de torneos. Moncho conseguía entrar a las lagunas una vez al mes, cuando no se usaba la cancha, y luego repartía las pelotitas, para que las vendiéramos, y así, ganar unos pesos. Como Aquaman, Moncho nadaba hasta lo más profundo.
Él tenía acceso privilegiado. Había visto cómo le robaban herramientas al club (las revoleaban por encima del tejido), y entonces, le avisó al capataz de la entidad. En recompensa, podía meterse a la laguna a buscar pelotitas. Las lagunas de los campos de Golf tenían muchos peces, y nos contaba cómo nadaba entre ellos y los acariciaba.
Éramos afortunados y no lo sabíamos. Nos brillaban los ojos al escucharlo. Atentos, parábamos las orejas para oírlo, lo seguíamos como moscas.
Recuerdo las risas contagiosas entre palabras mal dichas. Nos descostillábamos. Moncho era analfabeto. Dejó el colegio, porque se le cruzaban las letras y no podía leer. Sin embargo, era un gran narrador de leyendas y anécdotas. Nos hablaba de la causa de sus cicatrices, del alma mula, el lobizón, los pomberitos, el hombre gato de Villa Golf.
La última historia verídica fue la de la sirena lagunera. Dejamos de ir a vender pelotitas desde que nos contó que una bicha se le apareció. En Esperanza Club se llevó el susto de su vida. Encontró un cofre cerrado en la profundidad, custodiado por una sirena de ojos rojos.
Nos reíamos, a carcajadas.
—¡Vos y tus historias! ¡Somos chicos, pero no bobos! —le gritábamos en coro—. ¡Dale, que ganamos unos pesos vendiendo pelotitas!
Moncho replicó:
—La sirena me dijo que dejara ese cofre y que me fuera. Es una maldición depositada en ese fondo pantanoso. Qué nunca más volviera a esa laguna. Que allí no debía estar… si me quedaba, iba a morir… No me daban los brazos para nadar y salir…
Desde ese momento ya no quiso nadar en esa laguna ni en ninguna otra, por miedo a volver a encontrarse con sirenas laguneras.
Con los chicos le creímos. Dejamos de vender pelotitas de golf y nunca más frecuentamos ese sitio misterioso de Canning.
No puedo contar muchos más detalles. Debo respetar el voto secreto que hicimos con la tribu y el Moncho Garmendia, que en paz descanse.
Nueva edición | 12-06-25
Ya puede conseguirse en todos los kioscos de diarios y revistas del distrito de Ezeiza (Barrio Uno, Canning, José María Ezeiza, Tristán Suárez y Carlos Spegazzini) la edición papel Nº 1583 del semanario La Palabra de Ezeiza del jueves 12 de junio de 2025. Valor: $500.