Nueva edición | 03-07-25

Ya puede conseguirse en todos los kioscos de diarios y revistas del distrito de Ezeiza (Barrio Uno, Canning, José María Ezeiza, Tristán Suárez y Carlos Spegazzini) la edición papel Nº 1585 del semanario La Palabra de Ezeiza del jueves 26 de junio de 2025. Valor: $500.


PRINCIPALES PUNTOS DE VENTA:
► Ruta 205 y 9 de Julio (JM Ezeiza)
► Ruta 205 y Ramos Mejía (JM Ezeiza)
► San Juan y Mitre (JM Ezeiza)
► Perón y Avellaneda (JM Ezeiza)
► 25 de Mayo y French (JM Ezeiza)
► Ecuador y Perón (JM Ezeiza)
► Ruta 205 y Gaddini (Tristán Suárez)
► Gaddini, entre Iglesias y Canale (Tristán Suárez)
► Ruta 205 y Lima (Tristán Suárez)
► Av. Del Plata y Ruta 205 (Tristán Suarez)
► Estación Tristán Suárez (Tristán Suárez)
► Santiago Cabral y Escribano Vázquez (Canning)
► Ruta 205 y Sargento Cabral (Canning)
► Las Araucarias y Los Cedros (La Unión)
► 25 de Mayo y España (Carlos Spegazzini)
► Estación El Jagüel (El Jagüel)
► Ruta 205 y Las Heras (Monte Grande)
► Estación Monte Grande (Monte Grande)
► Ruta 205 y Vicente López (Monte Grande)
► Matienzo y Arana (Luis Guillón)
► Máximo Paz y Av. Pereda (Máximo Paz)

LA PALABRA DE EZEIZA SALE TODOS LOS JUEVES. Atención: Tucumán 142, José María Ezeiza, lunes a viernes de 9 a 13 horas. Teléfono: (5411) 4232-6274. WhatsApp: 11-2338-2539. Email: ezeizaediciones@yahoo.com.ar

Yo te avisé, Charly

Por Carlos Renoldi | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Digital Snatch | #FiccionesEzeicenses


Lo vi sentado en el Parque Central, como casi todos los días, en el banco de siempre, con una botella vacía de Sprite y una visera dada vuelta.
Para cuando quise escapar, el loco Marcelo me miró fijo y me gritó:
—¡Venite, Charly, descubrí algo groso!
Caminé hacia él, resignado, y entonces arrancó:
—¿Vos sabés lo que están haciendo con la gente? No, no sabés… Mirá, te cuento: hace un año que vengo observando. Acá cerca, desde temprano, la gente hace fila como hormigas: viejos, jóvenes, todos… Van a hacerse un trámite rarísimo. ¿Sabés para qué? ¡Para que les escaneen el iris a cambio de unas criptomonedas!
Le dije que algo había escuchado, pero que no estaba tan al tanto de la movida.
—Me metí en Google y todo indica lo mismo: esa empresa está denunciada, procesada y rajada de varios países. Literalmente, ¡rajada! Así decía el artículo. No me lo estoy inventando
Hizo una pausa dramática.
—Tampoco sé muy bien qué es una criptomoneda, eh… eso lo admito. Pero a la gente parece encantarle. Supongo que, como está todo tan caro, uno se agarra de lo que sea para juntar unos mangos. Aunque no sepas ni qué te están sacando.
Se acomodó la visera.
—¿Y sabés qué te sacan? ¡Todos los datos! El iris, el alma, el horóscopo chino, ¡todo! Y uno pregunta: “¿Será en nombre de la ciencia?”. ¡No, papá! ¡Es Superman!
Lo miré con cara de “¿Eh?”, pero no aflojó.
—Sí, Superman. Escuchame: investigando por ahí, llegué a la conclusión de que las criptomonedas están hechas de criptonita. ¡Crip-to-ni-ta! Y no es casualidad, no, no… Viene de Criptón, ¿me entendés? Es un plan maestro de los alienígenas. Superman está preparando una invasión silenciosa con millones de supermanes, y los únicos que se van a salvar de ser esclavos del nuevo orden mundial son los que tengan las criptomonedas esas.
Se quedó en silencio. Me miró fijo. Levantó el índice.
—¡Ojo, eh! Yo te avisé, Charly.
Le agradecí la charla, como si se tratara de una consulta médica. Me fui caminando despacio, con una mezcla de risa, dudas y algo de miedo. Uno nunca sabe: en este mundo tan raro, capaz un día nos despertamos en medio de una invasión, con vigilantes en cada esquina, pidiéndonos el QR del iris para dejarnos pasar.

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Nueva edición | 26-06-25

Ya puede conseguirse en todos los kioscos de diarios y revistas del distrito de Ezeiza (Barrio Uno, Canning, José María Ezeiza, Tristán Suárez y Carlos Spegazzini) la edición papel Nº 1585 del semanario La Palabra de Ezeiza del jueves 26 de junio de 2025. Valor: $500.









PRINCIPALES PUNTOS DE VENTA:
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La senda peatonal

Por Daniela Rondeau (*) | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Digital Snatch | #FiccionesEzeicenses


Ando en bici desde que aprendí a hacerlo. No me gusta depender de otros y la bici es libertad: de manejar el viento, la calle, las palabras. Una buena bici es primordial. Con frenos precisos, con ruedas fuertes, veloces y livianas, te lleva y avanza. Necesito que cada pedaleo me haga ir hacia adelante. Así me gusta y así es como, siendo mamá, sigo haciéndolo. Ahora que somos dos, nos divertimos más andando y ya no viajamos en cole.
Ezeiza es bici. Es nuestro barrio; conocemos sus calles, sus horarios, los cruces y sus contramanos. Y conocemos sus semáforos.
Le enseñé a mi hijo que el rojo es detenerse y el verde es avanzar. No saberlo puede ser fatal.
El viernes tomé la bici y fuimos por la bicisenda porque es segura, y eso es esencial para una mamá. Lo difícil siempre es pasar por el paso a nivel del Puente de la Trocha. Los autos apurados se adueñan del espacio. No siempre están demorados; a veces son dueños de algo, y todos quieren pasar como el agua que corre por una bajada: así de livianos, flojos, sin obstáculos. Pero, ¿cómo sería eso? Se me dan vuelta los ojos intentando descifrarlo.
Esa tarde pasé. El semáforo estaba en rojo para el inmenso micro, y eso me habilitó, pero el chofer no miró. No se enteró de que el semáforo es una herramienta que ayuda a ordenar el caos. No lo supo, nadie se lo exigió, entonces no lo usó.
¿Tan pequeños éramos? ¿Tan insignificantes una mamá y su hijo, en bici, que no frenó? Tan indefensos ante la negligencia de un conductor. Tan en sus manos y en su decisión. Como hormigas que se pueden pisar. Así me sentí ante esa posibilidad.
El gigante vino sobre nosotros y giré, desechando ese destino. Y él… saltó. La bici se arruinó, y algo de mi sangre quedó en la senda peatonal. Él, mi hijo, se puso a salvo, sin un rasguño. Solo un profundo temor. Una huella en su inocencia. Hoy le teme a ese lugar y a cruzar una calle. Y teme por mí: no se quiere alejar.
El chofer apurado no se disculpó. El semáforo estaba en rojo y no frenó. Cuando le pregunté al policía qué podía hacer, dijo que nada: nada pasó. Yo difiero, creo en hablar sobre lo vivido, creo en mi voz.

(*)Concurre al Taller de Escritura y Literatura de la Municipalidad de Ezeiza.

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Nueva edición | 19-06-25

Ya puede conseguirse en todos los kioscos de diarios y revistas del distrito de Ezeiza (Barrio Uno, Canning, José María Ezeiza, Tristán Suárez y Carlos Spegazzini) la edición papel Nº 1584 del semanario La Palabra de Ezeiza del jueves 19 de junio de 2025. Valor: $500.

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El Rambo de Canning

Por Elio Salmón | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Digital Snatch | #FiccionesEzeicenses


Esta historia que les voy a contar la viví en la década de los 90, en el barrio San Martín de Porres. Existió un hombre con fuerza sobrehumana y de una magistral puntería con la gomera: Moncho Garmendia. Era un imán para nosotros los niños de Canning. Para los adultos, un loco más. Era una especie de superhéroe de los más inquietos y salvajes de la barriada. Usaba una vincha al estilo Rambo, y una musculosa negra que resaltaba sus brazos robustos, marcados por cicatrices.
En este grupo todos teníamos morrales de jean, con balines de tosca, gomeras de suero en nuestro cuello y bolsillos con bolitas. Gilbert, Nelson, Seba, Calu, Dani, Toto, David, Diego, Chizo y quien les escribe, Peter, formábamos la tribu. Nos retroalimentábamos y compartíamos casi todo. Moncho usaba una gomera de goma muy ancha de suero, nadie estiraba esa gomera excepto él, que vivía de la caza.
Hemos compartido experiencias increíbles. Esta tribu tenía un lenguaje particular. Moncho era mal hablado e inventaba palabras graciosas. Una especie de lunfardo del bajo Canning. Nosotros las repetíamos y expresábamos nuestra alegría de pertenecer a ese mundo, que otros no entendían. Él era una persona mayor, de unos 33 años.
Época de familias numerosas, en la barra había hermanos, primos y vecinos. Nuestros padres le tenían confianza al Moncho. Había dos potreros que usábamos, dependiendo de los días y la lluvia. ¡Cada partido se armaba! Jugábamos horas y horas, por la cocacola o por el honor. A veinte goles o treinta goles. Éramos fanáticos. Moncho usaba unos botines de punta de acero, pesadísimos, con los que metía goles de donde quería. Era una máquina jugando, los pibes más grandes no querían jugar con él, decían que estaba loco. Para nosotros, era nuestro Maestro en todas las ciencias callejeras y un experto en guiarnos a las mejores aventuras.
Cada día había una odisea luego de cumplir nuestras responsabilidades escolares y algunas consignas que mamá o papá nos pidieran. Había jornadas de fútbol en la canchita y bolitas; días de cazar liebres, perdices y palomas, pescar ranas en los bajos del barrio, o viejas del agua y anguilas en el costado de la trocha. Otros veces caminábamos por las casaquintas y los lotes baldíos donde pedíamos o recolectábamos ciruelas, mandarinas, quinotos. Cuando hacía calor, íbamos a la pileta abandonada conocida como la verdosa. En esa casi se mata Dani, que no sabía nadar.
Mis días preferidos eran los de ir a buscar y vender pelotitas de golf a los judíos o coreanos. Las encontrábamos al borde del tejido luego de patear varias horas entre los pastizales. Eran temporadas de torneos. Moncho conseguía entrar a las lagunas una vez al mes, cuando no se usaba la cancha, y luego repartía las pelotitas, para que las vendiéramos, y así, ganar unos pesos. Como Aquaman, Moncho nadaba hasta lo más profundo.
Él tenía acceso privilegiado. Había visto cómo le robaban herramientas al club (las revoleaban por encima del tejido), y entonces, le avisó al capataz de la entidad. En recompensa, podía meterse a la laguna a buscar pelotitas. Las lagunas de los campos de Golf tenían muchos peces, y nos contaba cómo nadaba entre ellos y los acariciaba.
Éramos afortunados y no lo sabíamos. Nos brillaban los ojos al escucharlo. Atentos, parábamos las orejas para oírlo, lo seguíamos como moscas.
Recuerdo las risas contagiosas entre palabras mal dichas. Nos descostillábamos. Moncho era analfabeto. Dejó el colegio, porque se le cruzaban las letras y no podía leer. Sin embargo, era un gran narrador de leyendas y anécdotas. Nos hablaba de la causa de sus cicatrices, del alma mula, el lobizón, los pomberitos, el hombre gato de Villa Golf.
La última historia verídica fue la de la sirena lagunera. Dejamos de ir a vender pelotitas desde que nos contó que una bicha se le apareció. En Esperanza Club se llevó el susto de su vida. Encontró un cofre cerrado en la profundidad, custodiado por una sirena de ojos rojos.
Nos reíamos, a carcajadas.
—¡Vos y tus historias! ¡Somos chicos, pero no bobos! —le gritábamos en coro—. ¡Dale, que ganamos unos pesos vendiendo pelotitas!
Moncho replicó:
—La sirena me dijo que dejara ese cofre y que me fuera. Es una maldición depositada en ese fondo pantanoso. Qué nunca más volviera a esa laguna. Que allí no debía estar… si me quedaba, iba a morir… No me daban los brazos para nadar y salir…
Desde ese momento ya no quiso nadar en esa laguna ni en ninguna otra, por miedo a volver a encontrarse con sirenas laguneras.
Con los chicos le creímos. Dejamos de vender pelotitas de golf y nunca más frecuentamos ese sitio misterioso de Canning.
No puedo contar muchos más detalles. Debo respetar el voto secreto que hicimos con la tribu y el Moncho Garmendia, que en paz descanse.

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Nueva edición | 12-06-25

Ya puede conseguirse en todos los kioscos de diarios y revistas del distrito de Ezeiza (Barrio Uno, Canning, José María Ezeiza, Tristán Suárez y Carlos Spegazzini) la edición papel Nº 1583 del semanario La Palabra de Ezeiza del jueves 12 de junio de 2025. Valor: $500.


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La abu Clotilde

Por Torosaurio | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Digital Snatch | #FiccionesEzeicenses


Clotilde Chisseira era una vecina de 97 años residente en El Tala. De profesión alquimista, Clotilde amaba lanzarles el mal de ojo a sus vecinos.
―Es mi tiro al blanco ―aseguraba.
En el barrio era señalada como una loca peligrosa de carácter podrido. No tenía buena relación ni con su hija Ramona, que vivía a pocas cuadras. Quien sí amaba a Clotilde era Irene, la hija de ocho años de Ramona. Abuela y nieta charlaban por horas. También se sentaban en la vereda de Clotilde y veían quién embocaba más males de ojo a los vecinos.
En 2023 Clotilde se resbaló en la ducha y terminó en el cementerio municipal. Su hija no la lloró. Irene vivió la tragedia con llamativa estoicidad.
―Qué le vamo’ a hacer ―decía―. Una no se puede encariñar mucho con los viejos.
Transcurrida una semana del entierro, la maestra de Irene encargó a sus alumnos un reportaje con algún vecino histórico. El día de la entrega, luego de las demás exposiciones, Irene efectuó una danza ritualística tras la que se materializó el fantasma de su abuela. Sin escuchar el reportaje, maestra y alumnos rajaron despavoridos. La espantada conducción institucional se comunicó con la casa de Irene. Ramona fue a la escuela e intentó calmar al fantasma de su madre, que discutía con las autoridades.
―¡El reglamento no prohíbe que mi nieta me invoque! ―reclamaba Clotilde.
La dirección resolvió que Irene fuera aprobada, aunque en el futuro debía abstenerse de materializar difuntos en la escuela. Por otro lado, Clotilde abandonaría inmediatamente el establecimiento. Las partes aceptaron.
Hoy, cuando Ramona no está en casa, Irene continúa invocando a su abuela. Ambas charlan en la vereda y compiten por ver quién emboca más males de ojo a los vecinos. Clotilde lamenta no haber charlado con los compañeritos de su nieta y ―en sus palabras― aborrece la rigidez del pensamiento materialista de la maestra y de la dirección.
―No entienden nada ―se queja―. ¿Cómo van a reprimir a los pibes por hacer bien la tarea?
―Ya les voy a embocar el mal de ojo ―cierra su nieta.

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