Ya puede conseguirse en todos los kioscos de diarios y revistas del distrito de Ezeiza (Barrio Uno, Canning, José María Ezeiza, Tristán Suárez y Carlos Spegazzini) la edición papel Nº 1603 del semanario La Palabra de Ezeiza del jueves 30 de octubre de 2025. Valor: $700.
Blog | La Palabra de Ezeiza
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Nueva edición | 30-10-25
El hombre del sobretodo
Tenía los ojos enrojecidos, la barba desprolija y un sobretodo desmesurado, con mangas que le llegaban hasta las rodillas.
Lo invité a sentarse y, tratando de sonar amable, le dije:
—¿Qué te anda pasando, viejo? ¿Preocupado por los resultados electorales?
—Nada de eso... o algo, sí —comenzó exponiendo, contradictorio—. Cada vez entiendo menos al mundo. Y el asunto es que, ayer a la noche, se me fue la mano. Ahora estoy solo, ¡solísimo! No tengo con quién discutir, contarle mis sueños, escuchar sus golpeteos. A veces, como usted adivinó, discutíamos por política. Ella era muy de derecha.
Mientras hablaba, movía las mangas y miraba hacia abajo con nerviosismo. Siguió por el mismo sendero un buen rato, enumerando pequeñas costumbres compartidas: el mate amargo, el uso del control remoto, los solitarios con las barajas españolas. Cada frase le salía entrecortada.
Cuando hizo una pausa, le pregunté:
—¿En qué puedo ayudarte?
El hombre se enderezó, respiró hondo y respondió con una firmeza inesperada:
—Quiero recuperarla. Desde hace años, éramos nosotros dos solos. Pensé que ustedes, quizás, podían hacerme una entrevista en la que hable de mi arrepentimiento. Que la nota salga en el diario, en las redes, en la web. Quiero viralizar mi caso, y que ella sepa que la estoy esperando. Esta vez todo será diferente. Ya no la voy a criticar ni comparar con la izquierda idealista. Esa mirada extrema se marchó durante mi juventud.
Tanto dramatismo me incomodaba y, en un rapto de compasión, le propuse escribir una carta de lectores.
—Tenemos una sección que se llama “Usted tiene la palabra”. Allí publicamos testimonios de los vecinos. Podés contar la historia y tal vez así ella se entere.
—No puedo, no puedo, no puedo —repitió con voz quebrada—. Necesito la colaboración de un periodista.
—Está bien: yo escribo. Si estás de acuerdo, imprimo el texto y luego vos ponés firma, aclaración y número de DNI. ¿Te parece bien?
Se arremangó el sobretodo y me mostró sus brazos: terminaban en dos vendajes mochos. Vio mi cara de asombro y entonces lanzó:
—Ya le dije: se me fue la mano.
El silencio se volvió espeso. No sabiendo si reírme o consolarlo, me acomodé detrás del teclado y empecé a tipear la carta de lectores.
Nueva edición | 23-10-25
Ya puede conseguirse en todos los kioscos de diarios y revistas del distrito de Ezeiza (Barrio Uno, Canning, José María Ezeiza, Tristán Suárez y Carlos Spegazzini) la edición papel Nº 1602 del semanario La Palabra de Ezeiza del jueves 23 de octubre de 2025. Valor: $700.
La música de la lluvia
Hace unos veinte años, un joven estudiante del Instituto Cultural Tristán Suárez recibió, a modo de préstamo, una guitarra criolla: un instrumento bastante viejo, de sonido metálico y enlatado, y de muy mal aspecto. A Esteban siempre le había fascinado la música, y fue en su adolescencia cuando, además de escuchar los géneros más variados, también se propuso interpretarlos. Un amigo suyo fue el hacedor del préstamo, en un acto cargado de confianza y esperanza.
Esteban aprovechó cada momento disponible para aprender: endureció las yemas de sus dedos, incorporó la matemática del tempo y sufrió con las primeras cejillas del dedo índice de su mano izquierda. Unos meses después, un día de lluvia, devolvió la guitarra a su amigo con la noticia de que ya tenía una propia encargada. Su primera guitarra —acústica, azul y liviana como una nube— lo cambió todo.
La música y Esteban se convirtieron en parte de lo mismo. Muchos instrumentos surgieron después de las guitarras: teclado, bajo, charango, ukelele. Incluso, Esteban comenzó a cantar.
Así fue creciendo una pintura de sí mismo, donde se veía teniendo su propio estudio: una habitación que, viviera donde viviera, estuviese dedicada a los instrumentos y a las canciones.
En la actualidad, el departamento en el que Esteban reside tiene, en efecto, dos habitaciones. Una la había pensado para su pasión artística, pero la realidad y los menesteres de la vida adulta pusieron difícil este sueño.
Pese a que la meta parecía truncarse, se lo podía ver a Esteban en el pequeño balcón de la habitación extra, durante las tardes de tormenta, con su guitarra acústica azul, acompañando la lluvia con afinados acordes, a la espera de algo.
Desde hace poco sabemos que no se trataba de algo, sino de alguien. En dicha pieza ahora duerme su hijo, ajeno a lo vivido por Esteban en la adolescencia, pero esencial para el presente. Hoy, durante las precipitaciones, se los puede ver en el balcón, escuchando juntos la música de la lluvia.
Nueva edición | 16-10-25
Ya puede conseguirse en todos los kioscos de diarios y revistas del distrito de Ezeiza (Barrio Uno, Canning, José María Ezeiza, Tristán Suárez y Carlos Spegazzini) la edición papel Nº 1601 del semanario La Palabra de Ezeiza del jueves 16 de octubre de 2025. Valor: $700.
La desaparición de Túpac
El Museo de Historia Regional Tristán Suárez recibió durante 2007 la muestra Más Allá de un Imperio, dedicada a los incas. Exhibía cerámicas, ornamentos, pinturas, grabados y, vitrina mediante, una momia andina apodada Túpac. La exposición llamó la atención de Carlos Gianegra, vecino de La Unión. Especuló que si él vendía a Túpac en el mercado negro, tiraría años sin laburar. Ideó un plan y decidió ejecutarlo.
Una madrugada, agarró un poncho y un sombrero. Salió en moto hacia lo de su hermana Zulema Gianegra (maestra de plástica amateur y tarotista diplomada) y le robó un libro de magia negra. Después fue hasta el museo, se ubicó bajo una ventana y recitó un conjuro para reanimar y dominar a Túpac.
Dentro, el cadáver resucitó, corrió la vitrina, caminó hasta la ventana y se deslizó al exterior. Carlos le encajó el poncho y el sombrero y se lo llevó a lo de su tío Rodolfo en Vista Alegre. La casa de Rodolfo (quien rondaba los 90 y estaba casi ciego) era el escondite ideal para Túpac. Salía el sol cuando Carlos esquivó los perros del barrio, entró a lo de su tío y dejó al cadáver sentado a la mesa con Roberto.
—Le presento a Túpac —dijo Carlos—. Me lo trata bien.
El ladrón salió a devolver el libro de magia negra.
—Túpac —dijo Rodolfo—, ¿gusta un tinto?
—…
—Tomaré ese silencio como un “sí”.
Rodolfo indicó a la momia dónde guardaba el vino y los vasos. A la media hora, ambos ya se habían bajado una damajuana. Rodolfo pidió a Túpac que fuera hasta el almacén a una cuadra para traer más vino. Borracho y muerto, Túpac salió a los tumbos por la calle. En la esquina apareció Carlos en moto y lo atropelló. El ladrón terminó en una zanja, con tres costillas rotas, observando impotente cómo los perros del barrio se llevaban los momificados huesos desparramados.
Aún hoy, la desaparición de Túpac continúa desconcertando a las autoridades del museo de Suárez. Un misterio loquísimo, igual que el de los perros de Vista Linda, quienes construyen elaborados sistemas de agricultura y chozas de piedra con techos de paja. Algunos vecinos aseguran que los caninos andan poseídos. Otros, que desarrollan una avanzada civilización.
Nueva edición | 09-10-25
Ya puede conseguirse en todos los kioscos de diarios y revistas del distrito de Ezeiza (Barrio Uno, Canning, José María Ezeiza, Tristán Suárez y Carlos Spegazzini) la edición papel Nº 1600 del semanario La Palabra de Ezeiza del jueves 9 de octubre de 2025. Valor: $700.
El cuento de Ñanquiñández
—Gracias —dijo la señorita Aldana, la maestra del curso, al terminar de recolectar todas las hojas.
En la hora libre, se dedicó a leerlas.
El recinto rezumaba frescura y transparencia. En el primer día del curso lectivo, todo estaba limpio, inmaculado, sin manchas, sin roturas; en una palabra, listo para ser poblado por los nuevos párvulos. Seres que, en un pasado remoto, habían sido personas y ahora eran entidades que debían ser vueltas a educar.
—Señorita Aldana, entiendo que tenga cierta reserva con los alumnos que van al aula dos —dijo el rector, Dr. Salvadiva, con expresión adusta.
Solo faltaba una hora para iniciar el primer día de clases.
—Sí, señor —replicó la maestra, una joven inexperta en el mundo profesional, pero veterana en lides sociofamiliares—, pero yo estoy preparada para manejarlos. Mi única duda es cómo tratar a Ñanquiñández. Él perdió a sus bisnietos hace poco y eso… es antinatural… es decir, la muerte de los hijos previa a la de los padres es un terrible trauma. Imagínese la muerte de los hijos de estos.
—Sí, tiene razón —y mientras Salvadiva movía sus dedos en torno a una bola de plomo, le ofrecía a Aldana la ficha de Ñanquiñández.
—“Felipe Ñanquiñández —leyó Aldana en voz alta, mientras el director no dejaba de jugar con la bola—, nacido en 2005, padre en 2019, abuelo en 2034, fallecido y descorporizado por el Estado en 2050, jubilado y transportado al depósito público en 2097. Servicios prestados: trece años de aportes laborales entre 2037 y 2050 y cuarenta y siete años de generación de energía en planta encefalomotriz. Sus dos bisnietos fueron descorporizados hace unos años, pero los derivaron a la planta de Carlos Spegazzini, que fue la que sufrió el incendio de hace dos semanas, en el que se perdieron noventa mil cerebros”.
—Quédese tranquila, Ñanquiñández no va a ser problema. Al primer atisbo depresivo, lo aislamos en el aula de castigos. No será el primer cerebro revoltoso que hayamos tenido.
Una hora después, todos los alumnos estaban en el aula: una habitación repleta de peceras llenas de líquido y de cables que suministraban oxígeno y suero. Dentro de las peceras, cerebros. Vivos, claro. Era la última fase de la existencia: luego de cumplidos los años de prestaciones que exigía el Estado (durante los cuales el cerebro se mantenía vivo para producir electricidad mediante el pensamiento), llegaba la jubilación. Y, dado que un anciano era como un niño, resultaba necesaria la reeducación para recordar lo básico, olvidado tras tantos años.
“La araña ha atrapado dos moscas”, pensó el pequeño Ñanquiñández desde su casa, viendo la escena de manera telepática, utilizando como nexo la hoja, en la que algo de él estaba impregnado. El comienzo del camino de cualquier profeta, redentor o falso mesías es desde abajo: captando padres, compañeros, maestros, tutores…
(*)Autor de los libros de cuentos El árbol sangriento y Sepulcrales, y una vasta serie de investigaciones sobre cine editadas por Cinefanía.
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